Página universitaria- nueva época.
Cristóbal Arteta Ripoll.
Hoy 20 de octubre de 2022, murió Nelson Barros Cantillo, mi gran maestro, mi más sincero, honesto colega y amigo sin par. Pero no voy a escribir una página necrofílica porque no acostumbro a escribirle a los muertos, le escribo a los vivos y siempre compartimos la idea de que los homenajes había que hacerlos en vida y no después de la muerte, aunque él no era muy partidario de ellos. A regañadientes y solo al final de su vida aceptó ser homenajeado.
Mi mejor homenaje situarlo siempre, a él y su obra, como referentes de primer orden en el mundo académico.
Mi mejor recuerdo, hace 15 años, cuando un día, a la una de la tarde, me pidió que saliera a rescatarlo al Maracaná asediado por su entonces compañera sentimental. El rescate fue un éxito y consolidó nuestra amistad.
Mi mejor acto de solidaridad, ofrecerle en arriendo un apartamento en el norte de la ciudad, cuando más lo necesitaba, sin firmar papel alguno y dejando el valor del canon a su antojo. Vivió eternamente agradecido.
Mi mejor orgullo, prologar dos de sus libros y generar envidia entre algunos de mis colegas.
Mi mejor testimonio de su honestidad ética, el prólogo que escribió a uno de mis libros, después de haber leído otros escritos referidos a mi vida y obra.
PRÓLOGO
El profesor Cristóbal Arteta Ripoll me ha pedido que prologue la presente selección de escritos correspondientes a la serie editorial Páginas Universitarias, que él ha venido publicando desde hace algún tiempo en los medios académicos superiores con buena aceptación de sus lectores. Para mí, un encargo de este jaez no es asunto fácil por varias razones tanto profesionales como personales, pero en particular no lo es porque mi prólogo aparece casi en el mismo momento en que son dados a la luz pública otros escritos que versan también sobre la vida y la obra de la misma persona.
Convencido de la falta absoluta de escapatorias creíbles y educadas para no escribir lo que el lector tiene ahora entre sus manos, comienzo por no ceder a la tentación en que otros cayeron de incluir a nuestro hombre en las vecindades taxonómicas en que se encuentran clasificados los genios o héroes de la historia y a su obra en las de los clásicos de la ciencia, la política o la literatura universal. Quienes adelantan semejante ejercicio de exagerada carantoñería están equivocados de medio a medio, pues el efecto psicológico en el lector, en particular si este ya conoce al personaje y está familiarizado con su estilo, es un sentimiento de rechazo que se convierte en prejuiciada animadversión frente a lo que todavía no ha leído o en sensación de sorpresa que deviene luego en hilaridad ante lo que percibe como inesperadamente cómico o injustificadamente ridículo.
Pues bien, afianzado en tales premisas, paso a decir que el Cristóbal que yo conozco no es un Goethe ni un Rousseau, ni las Páginas Universitarias de que nos ocupamos tienen la talla estética de «Las cuitas del joven Werther» o la grandeza pedagógica del «Emilio». Pero lo Arteta y lo Ripoll que hay en este amigo y la honestidad con que dice lo que dice -a veces, además, muy bien dicho- cuando le toca decirlo, se transparentan como emblemas éticos de una integridad y una consagración intelectuales puestas indeclinablemente desde hace más de treinta años al servicio de los intereses académicos y administrativos de nuestra colectividad universitaria.
Conocí a Cristóbal en 1972, cuando fue mi alumno de historia de la filosofía en la Facultad de Educación de la Universidad del Atlántico. Era él a la sazón un joven políticamente inquisitivo, personalmente afectuoso e intelectualmente prometedor, más dado, creo, a teorizar soluciones particulares a problemas concretos de su entorno académico, que comprometido integralmente con el ideario mesiánico que por entonces auguraba sin ambages la inminente y convulsa redención de los explotados del mundo.
Treinta años después, ahora no tan joven pese a la falaz cosmética, la gimnasia de rutina, la ropa de marca y la desenvoltura exitosa de Casanova irredimible, Cristóbal es personalmente más asertivo y carismático que antes, al tiempo que políticamente más capaz de materializar en realidades tangibles sus teorías y sueños acerca de cómo transformar en una criatura sana, funcional, robusta y productiva, al entrópico, esquizofrénico, moribundo y autofágico monstruo que es la Universidad del Atlántico.
Con ingredientes de filosofía política, historia de las ideas pedagógicas, psicología de la enseñanza y administración universitaria, Arteta se ha formado intelectualmente en el decurso de tres décadas hasta llegar a encarnar en buena medida al universitólogo por excelencia, la clase de experto administrador que merece la oportunidad de mostrar que las ideas contenidas en Páginas Universitarias son, además de excelentes reflexiones políticas y pedagógicas, fecundas simientes conceptuales portadoras del cambio que necesitamos.
Una muestra de su vocación de gerente universitario, que es también su inextirpable y hasta neurótica obsesión compulsiva, es la temática que acerva la presente antología de artículos suyos sobre la universidad, algunos de cuyos contenidos versan variadamente sobre el porqué de los fracasos de las distintas administraciones rectorales; la cuestionable eficacia de las políticas de estado para la educación pública superior; la naturaleza autista y esquizoide de algunas fuerzas estamentales del Alma Mater; la situación penosa de los jubilados que han comenzado a padecer por desesperación el síndrome del suicidio colectivo; la siempre manoseada e incumplida promesa de elevar efectivamente la competencia profesional de los docentes; o el deber ser, nunca satisfecho, de las proyecciones educacionales de la academia en la vida social de las comunidades.
Los artículos de Páginas Universitarias son en buena medida un valioso archivo histórico de lo que ha sido la Universidad del Atlántico en el fragoso itinerario de su vida pública, así como una acertada descripción sociológica de lo que ella es en el compungido presente. Pero también son esos escritos, sin duda, un sueño en lo moral y un proyecto en lo científico de lo que pudiera llegar a ser la Institución si hubiese alguien capaz, en este desdichado momento en que se amalgaman todas las crisis y se reproducen todos los males, de detener su libre caída hacia el abismo del desastre definitivo.
Los artículos conllevan, por analogía con lo subliminal, un mensaje en el subfondo de su semántica aparente: todos tenemos el sueño de algún proyecto salvador para la Universidad. No permitamos que quien reclama con buenos argumentos que puede realizarlo, continúe otros treinta años con su fardo de ilusiones bajo el brazo intentando mostrarnos, tal y como lo hace en Páginas Universitarias, que sus proyectos, como políticas de alta gestión administrativa, representan la atalaya más empinada desde la cual se puede avistar el horizonte de un futuro universitario más decoroso y feraz.
Nelson Barros Cantillo
Profesor Universitario de Filosofía.